En un agujero negro, en una lonja interior, pequeña, oscura, cerrada y húmeda, conviven tres tipos a la deriva que no pasan precisamente por su mejor momento.
Protegidos bajo apariencias que reflejan sus luces y sus sombras -lo que son y lo que intentan ser, lo que fueron o lo que pudieron llegar a ser-, y a fuerza de masticar hasta creerse sus propias mentiras, apenas tienen ya contacto con un mundo exterior ajeno y minado de recuerdos abandonados.
En su microcosmos de salón solo respetan su propia normativa, cada vez más larga y asfixiante, en la que milagrosamente todos se ponen de acuerdo. Es ésta su única manera de luchar y sacrificarse por la convivencia, y la que al mismo tiempo les permite hacerse visibles reivindicando un hueco para mantener intactas sus disparatadas personalidades.
Con un sentido del humor absurdo e hilarante hasta el delirio, Tenemos que hablar trata sobre la incomunicación más intima y cotidiana, donde hasta el espectador forma parte de la propia escenografía.
«Tenemos que hablar trata sobre la incomunicación más intima y cotidiana.»